Breve biografía de mi encuentro con los libros

No me gustan los currículos convencionales, menos cuando se trata de entablar amistad con alguien temporalmente anónimo que está al otro lado de no sé cuál lugar y sobre quien desconozco su forma de sentir y ver la vida. Posiblemente no le interese en absoluto si estudié o no, si tuve una larga trayectoria profesional o si decidí resolver mi vida en el ambiente sencillo y relajado de algún pueblo perdido.

Lo que sí quiero contar sobre mí es que he tenido un largo recorrido con los libros desde muy pequeña. Recuerdo que me encantaba subirme a un árbol del patio de mi casa, un árbol nada alto, de tronco y ramas gruesas caprichosamente curvilíneas, con una corteza tan suave que era realmente grato sentarme en una de sus ramas para leer y realizar mis deberes escolares. Los árboles y los libros siempre han sido importantes a lo largo de mi vida. Mi memoria ha guardado libros icónicos en mi devenir, pero también ha guardado momentos compartidos en la rama de algún árbol.

Les cuento que el primer libro que leí fue Juan Salvador Gaviota. Lo leí con voracidad, tenía una curiosidad tremenda por saber hasta dónde iba a llegar el esfuerzo de la pequeña gaviotita que en lugar de irse a comer con sus compañeros prefería lanzarse al cielo, para retarse cada día y ver cuán alto podía volar. El ánimo de Juan Salvador me resultaba demasiado admirable.

Los libros siempre fueron mi lugar favorito de refugio, para soñar con otra realidad posible, para llorar cuando algo me parecía terriblemente injusto, para reír cuando intuía la picardía de algún personaje, para conocer mundos impensados, para cuestionar mis propias acciones, para no aceptar la crueldad. Puedo asegurarles que todo lo que soy como ser humano se lo debo a los libros que he leído, lo que me hace inmensamente feliz y estar muy agradecida.

Quiero contarles sobre algunas etapas de mi vida y cómo fue la influencia de algún libro en ellas. Mi infancia estuvo centrada en el descubrimiento de la lectura, de las palabras maravillosas encontradas en los cuentos. Fue la etapa de escarbar en las palabras, porque muchas me parecían luminosas, me invitaban a seguir buscando, a realizar asociaciones caprichosas, o a soñar. Otras me envolvían en la tristeza, me hacían aguar mis ojos y me dejaban un sentimiento de desasosiego, creo que en esos momentos mi alma pedía algún abrazo. Otras alertaban mis sentidos de búsqueda, de curiosidad, de estar atenta para detectar el peligro ante personas que no me parecían confiables. Fue la etapa en que comencé a soñar intencionadamente, de la mano amorosa de mi maestra y de los cuentos de hadas, cuentos costumbristas e historias sobre mi país.

La llegada de la adolescencia fue una etapa absolutamente hermosa gracias a los libros que me acompañaron. Mi escuela de secundaria tenía un hermoso bosque de árboles que ponían mi mente a volar; bajo su sombra deliciosa y refrescante leí todo lo que en cinco años pude encontrar en la biblioteca. Me gustaba estar en soledad, lejos de las bromas de mis compañeros, para resguardarme en alguna banca y leer todo lo que mi tiempo me permitía. Allí conocí a Aquiles y a Penélope que aliviaron las angustias que pasé leyendo La Ilíada y su guerra injusta y sangrienta.

También esta fue la etapa de mi primer encuentro con Los Miserables. Desde mi ingenuidad sólo pude ver en ese momento el dolor de la pobreza y la historia de una niña llamada Cossette a la que Jean Valjean cuidó con infinita ternura, toda una proeza. Don Quijote también se asomó a mi mundo, pero en ese momento no pude comprender que se trataba de un parodia de las novelas de caballería, realmente me lo tomé muy en serio. Crimen y Castigo me impresionó terriblemente, recuerdo que lo leí en casi cuarenta horas continuas porque me dio un deseo febril de saber qué pasaría con el personaje, en ese momento no me quedó claro por qué Raskolnikov decide cometer el crimen.

El principito fue otro descubrimiento mágico, y por supuesto lo que más me deleitó fue el amor del principito por su rosa. Pero el encuentro que selló mi alma con la literatura fue conocer al Gabo. Ninguna lectura fue tan intensa como la que hice de los libros de mi amado colombiano. Mi primera cita con su escritura -porque fue una verdadera cita que aún está en mi memoria- fue con Crónica de una muerte anunciada, a partir de allí no pude parar de leerlo. Sus novelas, relatos y crónicas me han acompañado hasta hoy y así será por siempre. Siento sus historias y forma de escritura muy cercanas a mi ser, a mi infancia, a mis vivencias, a mi mundo latinoamericano que amo profundamente y del cual me siento absolutamente orgullosa. No puedo dejar de mencionar de esta época también a María de Isaacs, nunca olvido que, cual adolescente soñadora, lloraba cada vez que retomaba la lectura de la novela porque ya mi profesora de literatura me había adelantado el triste destino del personaje.

Fueron también vitales en mi vida Rayuela y otras obras de nuestro maravilloso Cortázar, igualmente otros latinoamericanos como Borges, Onetti, Benedetti, Octavio Paz, Vargas Llosa. Y no puedo dejar de recordar los clásicos de la literatura norteamericana. No quiero ahondar en detalles que iré compartiendo con mis escritos, pero sí quiero reafirmar lo determinante que fue para mi vida ese encuentro adolescente con la literatura, la historia y la filosofía. Los sueños, así como la firmeza de carácter y la ética se forjan al amparo de la lectura, esos fueron los mayores regalos que recibí de la lectura en esta etapa de mi vida.

Con los estudios profesionales se acabó la diversión con la literatura. La universidad desplaza el carácter lúdico de la lectura. El currículo universitario le da preeminencia a aprender la finalidad instrumental del conocimiento. Sin embargo, siempre tuve presente que nada es tan deliciosamente intenso como el juego amoroso del encuentro con un libro, con un autor, con un poema, con un fragmento, que te marcan para toda la vida.

La razón de la existencia de este blog es justamente reencontrarme con esos momentos hermosamente esclarecedores de la lectura. Porque estoy convencida que toda escritura es a su vez una reescritura de lo que pasó por nuestra mirada: lo que leímos, o nos leyeron, lo que vimos, lo que sentimos y seguimos sintiendo, lo que percibimos en otras miradas y en otros sentires, lo que soñamos o que otros soñadores nos han contado. Nuestro mundo y otros mundos cabalgando en paralelo. El cruce de miradas y palabras alimentando la ternura, la alegría y el sentimiento más arraigado que nos une, el amor.